EL HOMBRE INSACIABLE
Reflexión filosófica
I
El ente es la
concentración masiva de lo éntico. Por eso el polvo no es ente, ni tampoco las
cenizas. El agua es ente, la tierra es ente, el fuego es ente, el aire es ente,
los seres vivos somos entes. Y siendo entes, ninguno tiene mayor autoridad
éntica que otro.
En un sistema la
energía se concentra. El universo es una cierta forma elevada de Estado
monárquico, el sistema de los sistemas. Las estrellas son grandes cerebros. Todo
sistema tiene un centro. Por lo tanto el universo debe tener un gran centro de
luz.
Sin embargo,
dentro de la entidad no todo es mente, no todo es cerebro. Existen sofisticados
sistemas dentro de las plantas y animales que atienden desde lo alimenticio,
hasta lo reproductivo, pasando por la respiración y los complicados procesos
circulatorios. Las flores forman parte de un mecanismo reproductor; al igual
que los órganos sexuales en los animales. El sexo es un gran punto energético,
un chakra, un proceso supremo del sistema, un ente de otro nivel; al igual que
los órganos sexuales en el reino animal. Sin embargo, hipotéticamente, sin ellos
los seres podrían aún vivir.
Los seres vivos
evolucionaron de tal forma que pueden vivir prescindiendo de una parte
significativa de su corporalidad. Las extremidades en los animales permiten la
movilidad pero no la vida en sí misma. Al igual que las ramas de un árbol. Esto
significa, desde el punto de vista evolutivo, un diseño astuto que permite la
vida y el desarrollo de la especie en un mundo, principalmente, insaciable y
depredador.
Todo está
perfectamente ordenado en la naturaleza. Toda entidad recibe una ofrenda y da
una ofrenda. Así las plantas dan sus frutos, sus tubérculos, son granos, etc.
Así los animales dan su leche, su miel, su sangre (en algunas culturas la
sangre es parte importante del régimen alimenticio, tanto cruda, como cocida).
Los Masais, por ejemplo, extraen pequeñas cantidades de sangre del ganado sin
hacerle mayor daño, para su alimentación. De allí podría derivarse toda una
teoría sustentable, sostenible y consciente de la dieta humana. Esto es, los
seres humanos podemos vivir con un mínimo de daño al planeta como ecosistema.
Tomar la leche de las vacas y comer todos sus derivados es perfectamente ético,
pero matar a una vaca para comérsela, bajo ningún argumento, es justificable.
II
El mundo
moderno, el tan mencionado siglo XXI, el segundo milenio de nuestra era, nos
presenta graves problemas fundamentalmente humanos. Uno es la gerencia de los
elementos y el otro es la obtención de comida.
Aunque parezca trivial la obtención, distribución,
almacenamiento, uso y disfrute de los elementos, aire, agua, fuego, tierra, se
hace cada vez más compleja. El fuego es parte de nuestra vida; sirve para la
cocción de los alimentos por un lado, pero por otro, para un sinfín de usos que
a veces pasan desapercibidos pero que son tan importantes como la calefacción o
la fundición de los metales. Sin el fuego es imposible la vida. Hoy en día
algunos pueblos viven terribles problemas para conseguir algún combustible para
hacer el fuego. La deforestación para obtener madera ha generado un impacto
sumamente negativo en la naturaleza. Las minas de carbón son una alternativa
pero es difícil y limitada su obtención. La producción de petróleo y gas ha
generado cambios importantísimos en la vida del planeta como ser viviente; la
polución ha sido violenta, desproporcionada, atroz. La temperatura del planeta
ha subido drásticamente los últimos 20 años. Los datos son alarmantes.
De la misma
forma el agua, el aire y la tierra cada vez más son difíciles de obtener, al
menos en la cantidad y pureza que requiere el uso y disfrute humano.
Por otro lado,
la dieta de los seres humanos es primitiva, basada fundamentalmente en proteína
animal. El hombre no tiene, (salvo en contados casos in extremis o que pudieran discutirse y no es la intención en este
momento, como la ingesta de huevos y miel), ninguna autoridad ética y éntica
para asesinar ningún ser para su alimentación. Punto. Cualquier justificación
al respecto es falaz y carente de todo sentido.
La dieta humana debe
estar fundamentalmente basada en proteína vegetal; esto es, frutos, tubérculos,
granos, cereales, miel de maple, etc. De hecho, no es ni siquiera un
experimento o una propuesta novedosa. Ya hay poblados enteros, comunidades
enteras, sociedades enteras que han demostrado que es posible la vida solo
consumiendo proteína vegetal. Ahora, también es cierto, que a todas luces
estamos en un momento histórico de la humanidad donde estas propuestas, aunque
mejor vistas por la ciudadanía en general, todavía no encuentran asidero en el
consumidor. La dieta vegetariana hoy en día es vista como un ejercicio
espiritual de algunas tribus urbanas o algunos monjes ortodoxos, krishnas y
budistas. La carne animal destinada para el consumo humano todavía es un gran
negocio, impulsado por las grandes cadenas de comida chatarra en el mundo.
III
El hombre no es
el centro del mundo, es el centro de sí; es ente. Por eso la ciencia está
errada en su teleología. La Historia, por ejemplo, es una forma de verdad
limitada. Apegada al papel, los documentos escritos. Y ya he dicho que el papel
y la escritura siempre han sido expresiones del poder. Por lo tanto, y en esos
términos, la historia es la historia del poder; de los poderosos. Y así con
todas las ciencias. La geografía es definida, en la mayoría de los manuales
como la ciencia que estudia al hombre en
relación a su medio. Igual suerte ocurre en el arte y las distintas
expresiones de lo humano.
Vamos por el
mundo asumiéndonos como la medida de las cosas. Nuestro asombro poético es
primitivo. De hecho, en nada hay poesía. El mundo sensible es lo que es, y como
es. Nuestro asombro ante la belleza
de una flor es una total fantasía y hasta cierto punto, una forma de sarcasmo.
Lo que para nosotros es belleza, para la flor es un grito, un llamado. Y así
con todos los aspectos de lo cotidiano. Las aves no cantan, las aves comunican,
trasmiten estados del ser.
La poesía es un
orden. Un método de existencia. La única creación humana es su forma,
particularísima, de ordenar el mundo, las palabras, los objetos, la materia. Nada
pertenece al hombre. Los elementos, esto es, agua, fuego, aire, tierra, reino animal
y vegetal, pertenecen a sí mismos, en
particular, y al cosmos, en general. El hombre copia la naturaleza. Se apropia
de ella de forma ilegítima. Como aquel hombre que toma los frutos que le
obsequia un árbol para venderlos y obtener utilidad y provecho para él y no
beneficios para la planta en tanto ente. El hombre es el gran esclavizador. Por
lo tanto, lo creado por el hombre es, en algún punto, finito. El universo no.
Todo lo creado
por el hombre no puede más que calificarse de arte. Orden particular. Creación
posterior. Los grandes círculos de poder establecen finos mecanismos de control
para que “lo creado” esté circunscrito a un orden aún más particular, que es el
orden que imponen los poderosos. El conocimiento es una expresión de ello; y la
ciencia, su punta afilada. En consecuencia, un arte elevado implica que el
individuo hurgue en sí mismo, no en el orden que imponen los poderosos, sino en
su propio ser. De allí que hay un arte pobre,
escuálido, que se limita a seguir las
normas y los cánones que han instaurado los poderosos a punta de bayonetas.
El hombre
rebelde, de alguna manera parafraseando a Camus, no se rebela contra el cosmos
sino contra el conocimiento, contra las leyes humanas, contra la razón, contra
el orden imperante de un raciocinio que no tiene ningún asidero éntico, contra
el poder, contra el hombre insaciable. El cosmos tiene su LEY forjada en los
avatares astronómicos e inconmensurables del universo, del todo. Existe un
orden indiscutible en el espacio. Sin embargo, las leyes humanas no pueden ser
nunca LEY cósmica. Por varias razones, entre las que hay que mencionar, que
somos unos seres extremadamente primitivos.
El hombre
insaciable es aquel que, en nombre de la libertad se cree en el derecho de
explotar y esclavizar todo lo que existe en la naturaleza; su ecosistema; su
mundo cercano, palpable, sensible. Un supra-ente. Es el hombre que mata para
comer. Es el hombre hijo de un sistema que se ha apropiado de la negación como
fenómeno físico, esto es, todo sistema se agota; siempre se necesita más para
obtener el mismo efecto, bien sea comiendo azúcar, inhalando cocaína, o
simplemente el arte. La literatura, por ejemplo, más allá de cualquier
interpretación teórica que pueda hacer algún académico de turno, es la búsqueda
de la imagen perfecta, la frase perfecta, la metáfora perfecta, y por supuesto,
la reacción ante los lugares comunes; de ese tamaño es la estupidez del hombre
insaciable. Allí opera la negación porque todo es un lugar común, porque todo
existe; incluso en el surrealismo metafísico y en los sueños. Se trata solo de una
ilusión que pone en marcha un sistema diseñado para depravar, consumir; para
crear la insatisfacción perenne en el hombre.