EL HOMBRE CONSCIENTE
La conciencia nace de la rebelión.
Albert Camus
I
Vamos hacia un momento
crítico, de magnitudes insospechadas, en la evolución histórico-social de la
humanidad. Ese momento comienza cuando el hombre se plantea la existencia, esta
vez sí, en un territorio finito; al menos en la tradición aceptada mundialmente
como la territorialidad. A pesar de que los antiguos tenían su concepto de finitud, hablando, entre otras cosas, en
términos exclusivamente metafísicos, ahora lo es territorialmente, lo cual es, definitivamente
finito. He dicho con anterioridad que las posibilidades subterráneas son
hermosamente infinitas. La tierra es, en masa habitable, (esto incluye el
subsuelo), insospechadamente infinita.
No es posible la
sobrepoblación en la tierra; hay sí, una condición antropocéntrica que le es
muy costosa a la tierra en función del entendimiento entre los elementos. Por
lo tanto la tierra, en un terremoto, es siempre mala, salvaje. Por esa forma de pensamiento, hay gente que habla de
luchar contra la naturaleza, cosa que
es la ridiculez más grande que se haya podido decir, entre otras cosas porque
la tierra, es un elemento.
La especie humana es
una contradicción en el cosmos. En nuestro universo conocido no existe la
intencionalidad del mal, excepto en el hombre. Hay un mal real y un mal humano.
El mal real es todo lo que se opone al orden cósmico. El mal humano es
subjetivo. A veces ambos conceptos coinciden. El acto consciente es alinearse,
orbitar. Hay un aparente equilibrio
entre masas descomunales, lo que nos hace pensar, a veces erróneamente, que el
equilibrio es bueno. Hablar de equilibrio, cosa que no haré en este pequeño
ensayo, es siempre volver a esa idea dicotómica de la antigüedad, de las
fuerzas que se oponen. A mi juicio, el concepto de fuerzas opuestas se parece
más a la forma como funciona nuestro cerebro, que a una inteligencia cósmica.
Porque la gran enseñanza de los maestros, que está en toda forma de
pensamiento, desde los calendarios de los antiguos, hasta la ciencia, es el
orden.
El orden rige al
universo. El orden es ser lo que se es. Siempre. Que no exista duda de eso,
como nadie duda que existe el sol. Urge la conquista del subsuelo. Entender
la dinámica de la tierra para no cometer los mismo errores de la era troposférica.
Ser uno y todo es una condición necesaria para poder seguir habitando esta
tierra en la cual nos hemos convertido en elemento. Es decir la paz. No como el
equilibrio necesario que debe existir en los sistemas, eso es hablar de la paz
en término de antagonías, porque la conciencia es una sola. La paz es estar en
armonía consigo mismo. No hay otra solución.
La tierra como elemento
tiene su posición, suficientemente forjada en las batallas del fuego, para
imponer su gobierno. Esto es, el hombre debe entender la dinámica de la tierra,
armonizar con ella. Hasta ahora nuestra relación con la tierra ha sido de
usufructo de producción. La tierra es la dueña de la comida, hablando de manera
empírica. De allí los conceptos lamentables, formulados por algunos sectores de
la academia y de los medios, como “planeta salvaje”, “vida salvaje”
refiriéndose a todo aquello que ES, según su esencia éntica.
La tierra tiene su
gobierno y sus normas. Su profundidad habitable. Su calor interno. Fuerzas
insospechadas que se debaten en el centro de la tierra que son las mismas que
se debaten en nuestro pecho. El centro de la tierra es una forma de conciencia.
Son, además, las mismas fuerzas que mueven a Pico della Mirandola (1486), en su
discurso sobre la dignidad del hombre.
La terrible historia de la aparición del Estado-Nación.
Las guerras en la
actualidad, para no mencionar términos como era
postmoderna o contemporánea (cosa que me parece un buen chiste que se le
ocurrió a algún escritor), son de hecho, más focalizadas y concretas, que las
guerras de la antigüedad, que eran vagas porque carecían de una visión
ontológica de la especie.
Hoy, aunque muchas
veces incumplida, la asunción de que existen delitos de lesa humanidad (por
primera vez planteada en el planeta, agua, tierra, agua, fuego y hombre), se
plantea la necesidad de una conciencia unitaria que pueda dirimir asuntos de
carácter tan trascendental como el respeto y la compasión. Un pensamiento
supranacional que regule las condiciones mínimas para la convivencia, esto es,
el respeto éntico.
Somos, en la
actualidad, cerca de 6 mil millones de habitantes. Por más que,
publicitariamente, entiendo que la guerra es un gran negocio lucrativo, la
guerra actual no ha cobrado ni cerca del uno por ciento de la población total
de la especie, en un período o momento determinado. La especie, hoy, está
robustecida, hay recursos suficientes.
Quiero aclarar que
menciono a la especie como una unidad y no estoy incursionando, ni cerca, con
una interpretación acerca de la repartición o no, justa de la tierra, en
términos de los modelos económicos existentes. Me refiero entonces al hombre en
su conjunto. A la especie humana tratando de vivir en un planeta que se empeña
en dominar, y el cual es completamente indomable. El hombre está vivo, y está
transitando un camino. El único camino posible en la evolución. Cuando me
refiero al camino de la especie, me refiero a una fuerza que está en nuestro
ADN y que nos hace pensar en la vida como condición inexpugnable de la
existencia. Vivir o nada. Lo eterno.
Ahora hemos llegado,
sin lugar a dudas, a un momento donde los elementos están atravesando por un
proceso que yo llamaría de acomodación. El Agua, la tierra, el fuego, el aire,
el hombre, en su conjunto, han comenzado a cambiar negativamente. Quizás
pudiera pensar que me estoy yendo hacia un lado más esotérico al estilo de
Castaneda. No. Mi intención no es engañar a nadie. Yo no soy un mago.
Este des-orden hace que
el agua potable sea de difícil acceso. El aire esté lleno de plomo y otras
sustancias tóxicas. El fuego está calentando la tierra más de lo que ella
usualmente necesita estar. La tierra
tiembla, por decirlo a la manera de un buen grupo de Ska. El hombre necesita
acomodarse; no la tierra. No tenemos la autoridad cósmica para dominar a la
tierra en tanto ente, como tampoco la tierra jamás ha considerado nuestro
exterminio, porque esta forma de pensamiento es exclusiva de la especie humana.
El hombre debe
entender, de una vez por todas, el concepto de vida. Todo tiene vida, no solo
el hombre. Esa idea prehistórica de que solamente los seres vivos, viven, es
totalmente absurda y bajo ningún argumento, científico o no, aceptable. La vida
es movimiento. Y en el universo no existe nada estático.
Las espinas en la rosa,
son un mecanismo de defensa. Punto. La tierra es una gran rosa, digámoslo en la
tradición poética. La tierra, el agua, el fuego, son elementos y tienen razón
de ser.
Lo que ocurre,
intención y voluntad, es jurisdicción de una fuerza originaria muy poderosa. El
concepto de perfección es básicamente humano. O en términos más específicos,
atendiendo al lenguaje, cada partícula del universo es perfecta. No existe
nada, énticamente, superior a nada, y llegar a esta forma de pensamiento, es la
cúspide del pensamiento actual.
Por ello el papel de la
escuela debe repensarse para el desarrollo de la conciencia éntica. Esto es Yo
soy, como cada cosa Es. Por lo tanto, un sistema educativo basado en primitivos
sistemas de evaluación, donde solo se transa con material científico, por un
lado, y por el otro, con el entretenimiento, no puede convertirse en un vínculo
real con la conciencia. Todos saben que lo más sensato que pudiera hacerse en
la escuela, desde la más temprana edad, es poner en práctica el concepto de fraternidad.
Extrañamente, la primera preocupación en la escuela, es de facto, el número. En todo caso, no es buena la idea de
prescindir del hombre como ser que puede amar.
II
Si bien es cierto que la
mente es incapaz de explicar al universo, también podemos aseverar que es suficientemente
grande y hermosa como para vivir a gusto en ella. Sin embargo, miramos con
cierto estupor, lástima, y a veces menosprecio a quienes dedican su vida a
meditar, a entrar en esas complejas imágenes de la mente. Ellos, para nuestra
envidia, viven en un orgasmo continuo y prolongado, mientras usted y yo
disfrutamos de una suculenta comida
chatarra.
La mente es infinita,
ya se ha dicho; por eso el concepto de locura está vagamente esbozado. La
locura es una de las más hermosas claves para entender la mente; se demostró en
artistas como Artaud, Reverón, Rafael José Muñoz, etc, que en lo más hondo del
ser está la técnica. Cosa que nos puede llevar a pensar que la técnica siempre
es verdad y está por encima de cualquier cuestionamiento, epocal o no.
Por eso decimos la mejor hallaca es la de mi mama, porque
en esa relación marental subsiste el
misterio más grande que es el amor. En consecuencia, cuando alguien se expresa
así está diciendo, ni más ni menos, que todas las hallacas son buenas, porque
la técnica es buena.
La hallaca es la mujer,
es el vientre de la madre que guarda el guiso, que es la vida. La hallaca es
una mujer preñada. Es el amor.
De esta manera las
madres tejen la vida, la cuecen, mientras los muchachos se sacan los dientes en
los pasillos. Pero cuando la mamá sale a ver qué pasa, se acaba la pelea. Las
madres son donde la fuerza bélica tiene un lugar idóneo para arrodillarse. El
amor de madre es el amor de Dios. O sea, Dios mismo.
La palmada es la
rectitud. El recordatorio de que el cuerpo tiene una parte lumínica capaz de
reflexionar metafísicamente. Y con esto no me refiero a los padres y madres que
tienen por conducta violentar los derechos del niño, en complejo desarrollo,
porque eso ya está abiertamente expuesto en las leyes. Me refiero a templar el
espíritu. La palmada es la civilización. La palmada es lo telúrico, entre el
total desconocimiento de uno como especie y el respeto. La voz es una palmada.
Hacerse con el estandarte de la especie.
Ningún paso hacia la
conciencia puede atentar contra ella. El hombre libre, el hombre lobo del hombre, el hombre antropófago (al muy estilo Oswald
de Andrade), no es cuento de camino. El hombre no puede vivir sin política
porque es una elevada forma de relacionarse. Lo demás son historias
inverosímiles.
Otra aberración puesta
de manifiesto en los seudo-místicos, gurúes (y para usted de contar infinidad
de practicantes de alguna forma de magia) es la minimización del cuerpo a
pedazos de animalidad. El cuerpo es una unidad indivisible. La mente es la
parte lumínica del cuerpo y no tiene existencia propia sino como parte del
cuerpo, o en el peor de los casos como tema trivial en la filosofía, psicología
o la fraudulenta industria del cine, empeñada en mostrarnos algo que no somos,
para que lo seamos.
Sin embargo, cabe destacar
que en ocasiones la magia es un buen atajo hacia la conciencia. Pero deténgase
por un instante a pensar, imagine un mundo donde absolutamente todos los seres
humanos están en perfecta meditación, celibatos, votos de esto y aquello. Sería
perfecto en el supuesto negado de que se puede vivir del prana; el hombre planta, cuyo origen es incierto, y que
probablemente esté ligado a orígenes asiáticos. Respeto esa forma de vida y la
valido como expresión de la conciencia. Pero me pregunto, si todos meditamos
¿quién trabajaría para producir la comida? Personalmente (y sé que no
solamente) sé que el hombre planta es una forma de utopía mental, donde todos
estamos sentados en un om perenne,
sin reproducirnos, ni tocarnos, ni hablar. Cabe mencionar que estás prácticas
de meditación son muy difíciles de seguir por el hombre actual. La vida, bajo
esta óptica, se dibuja terriblemente insípida, aburrida y lo que es peor aún,
irrealizable, como también lo es la utopía de Tomás Moro y todas las formas
prístinas de política.
La vida es sensación
porque es nuestra naturaleza. Por lo tanto, un mundo virtual es perfectamente
posible en tanto la ciencia y la tecnología pongan los avances de la
neurociencia en una práctica continuamente digital. Un mundo persistente, con
posibilidades sensoriales infinitas.
La dictadura de lo
quinestésico se fundamenta en una mentira que es la piedra angular en los
mundos virtuales. Muy pocas cosas que vemos pueden tocarse como intención
animosa directa. La montaña está allá, la veo, pero no puedo tocarla; al igual
que el sol; una nube; el océano. Lo virtual no es nuevo en el hombre, ya lo
afirma Edgar Morín al referirse al hombre
imaginario.
Las filosofías
orientales, tan sublimes, no han alcanzado el lugar en occidente que pudiera
esperarse. Ni siquiera en sus propios países de origen, porque no logran
engranar al cuerpo. Templar no significa negar en su sentido estrictamente
ontológico. El cuerpo es lo que es, entender esto es vital para la especie
humana en busca de la expansión lumínica; ahora comprender que es lo que hace
al cuerpo, cuerpo, es la magia más pura.
Hoy todo está en
internet, excepto el cuerpo mismo. Cuando se halle este algoritmo, digamos en
unos 50 años más, la vida eco-biológica habrá perdido el peso como fuentes de nuestras
preocupaciones y nuestros sueños.
El hombre tiene que
hacerse de su propia comida pactando con los elementos como lo hicieron las
plantas. Por ejemplo, comerse una naranja está bien porque no matamos al ente
que es el árbol. Así como las plantas toman nuestro CO2 para su
sustento. Pero hay ciertas prácticas alimenticias que no pueden ser calificadas
más que criminales.
III
No se puede ser lo que no se es. Estamos
atrapados en esa condición éntica que implica la existencia. La libertad
consiste en la posibilidad real de asumir el tránsito a la conciencia,
despertar, o no.
IV
Es imposible dejar de
pensar. Excepto en algunos estados alterados de la mente. (y eso es
discutible). Como el sueño, etc. por lo tanto la existencia no está
condicionada por el pensar. De hecho la existencia no está condicionada por
nada. Uno es y punto. Sin embargo, todo pensamiento no está alineado con la
conciencia. Esto es, existe un orden cósmico, en donde las cosas son lo que
son, sin que sea necesaria su justificación. La simbiosis es la luz. La
posibilidad real del hombre de vivir en completa armonía con el cosmos y no al
revés. Es bastante ingenuo el pensar que el universo se adaptará al orden
humano, entre otras cosas, porque el universo es lo primero y lo último, y el
hombre es un incidente.
Es por ello que no
hemos logrado, ya en el siglo XXI, solucionar los grandes problemas en la
tierra, sino que, por el contrario, se han agravado. Las guerras, el hambre,
las enfermedades, el des-orden en los elementos.
Todo puede ser
inventado, por lo tanto, el peso no debe estar sujeto a la creación misma, sino
a su teleología, esto es, el para qué de la creación. Todo conocimiento debe
estar en función de la simbiosis. Todo pensamiento debe estar en función de la
iluminación, no de la creación por sí misma.
El simple pensar no nos
asegura, como especie, la simbiosis. El asesino piensa, el científico que crea
una bomba, de seguro piensa.
La conciencia es el fin
último del ser. Su estado más puro, donde es posible el mundo maravilloso que
han descrito los pensadores iluminados desde la antigüedad hasta nuestros días.
Por medio de la razón
se puede llegar a la insensatez y a la iluminación. En consecuencia la
conciencia y las distintas formas de aprehensión del conocimiento, en muchas
ocasiones son excluyentes.
La razón no tiene
potestad para cambiar lo que es, porque todo lo que existe tiene una razón de
ser, pero está obligada a transitar el camino de la conciencia, es decir, la
simbiosis, el respeto éntico.
La conciencia es el estado más elevado
del pensamiento. No la razón. Ni la ciencia. Ni la religión.
Transitar el camino de la ciencia y la
religión para llegar a la verdad puede ser provechoso en tanto que los
principios universales no sean vulnerados. Nadie puede cuestionar el cuerpo.
Nadie tiene potestad para cuestionar la existencia de un orden universal. Nadie
puede cuestionar un terremoto, sencillamente porque el universo es irrecreable.
La conciencia no trata de la paz
política a la que hace referencia Ortega y Gasset, sino de la paz como orden
cósmico. Por lo tanto, toda guerra es, de suyo, injustificable. Toda agresión
(verbal, escrita o física) es inaceptable.
Heminway, en el viejo y el mar, nos
muestra la idiotez de la razón. La técnica al servicio del odio. El morbo de la
muerte por el simple hecho de sabernos la cúspide de lo creado. Los tiburones
comen peces y punto. Esa es su naturaleza. El sol quema, la tierra tiembla, la
mujer menstrúa.
Ideas tales como “planeta Salvaje”,
“vida salvaje”, entre otras, sólo sirven para reflejar el antropocentrismo
desmedido en el que ha estado sumergida la especie humana.
Sin embargo, he allí la grandeza del
hombre, es el único ente capaz de llegar a la conciencia. De la misma manera
como no podemos juzgar a un niño con las leyes de los adultos, no podemos
juzgar lo no humano, con principios humanos, porque, como ya mencionamos
anteriormente, somos posteriores.
No se puede concebir lo creado como “lo
otro” sino como parte de una misma cosa. Los tiburones no son asesinos, porque
dicho calificativo, es exclusivo de la especie humana. Alimentarse es un
principio universal, que está íntimamente relacionado con el orden. Es así
como los poderosos tiburones mantienen un fino equilibrio en el ecosistema
oceánico y planetario.
La especie humana ha roto ese pacto. Los
hombres son los únicos seres que matan por el simple hecho de saberse
superiores, de saberse retado por un mundo hostil y perverso.
La razón es la superación de la
animalidad, pero la conciencia es la superación de la razón pura.
V
El hombre consciente no
se rebela en contra de la creación (el rebelde metafísico), ni contra su amo
(el esclavo rebelde), parafraseando a Camus, sino que se rebela contra todo lo
que se opone al orden universal, al prodigioso orden cósmico.
Así, este hombre
consciente, se opone a la animalidad en el hombre, no a la animalidad en el
resto del reino animal. Porque la capacidad de pensamiento es una virtud que ha
adquirido el hombre en la cual es capaz de entenderse y cuestionarse a sí
mismo. Por lo tanto la “no conciencia” es la negación al orden superior,
llámese Dios, energía creadora, etc.
De tal manera que al
hombre consciente se le ha dado, ni más ni menos, la responsabilidad de velar
por el fiel cumplimiento del orden universal en la tierra, es decir, el amor.
La única diferencia
entre el resto de los animales y el hombre, es que este último tiene la
capacidad de ser consciente de la conciencia. El hombre consciente sale de la
mera animalidad, para entenderse como uno y todo a la vez. Puede comprender el
frágil equilibrio que existe en el ecosistema terrestre. Los esfuerzos por
salvar al oso panda, por ejemplo, de su total extinción, dan cuenta del hombre
consciente. Pero la despiadada cacería del oso panda, que lo ha llevado casi a
su total extinción, también ponen en evidencia un hombre animal, un primate
sumamente peligroso: es capaz de razonar.
El hombre, en ese
estadio primitivo que es la razón, se cree dueño de todo cuanto existe en el
planeta. Entiende la dinámica de la tierra como una simple catástrofe natural,
como una suerte de caos, donde él, por medio de su sapiencia, es el llamado a “controlarla”.
El hombre animal, muy
bien representado por “El viejo”, en la obra de Heminway “el viejo y el mar”,
es el valiente anciano que adoramos desde niños cuando se opone ferozmente a
los tiburones para que no le roben su pescado. Es más, terminamos teniendo
cierta sensación de odio a los tiburones, por el simple hecho de querer
quitarle el pescado al viejo. Es el mismo hombre que canta Simón Díaz, en su
famosa tonada, cuando manda al muchacho a traerle la carabina para matar al
gavilán que se come las gallinas. Es
decir, el hombre animal es el que se rebela al orden cósmico, el que entiende
la creación como un acto caótico. Es Simón Bolívar, cuando dice, “si la
naturaleza se opone, lucharemos contra ella, y haremos que nos obedezca”. El
hombre animal es, por lo tanto, de una fina perversidad, y de una racionalidad
absurdamente asesina.